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BELLA VISTA
Emotivo homenaje a 19 años de la tragedia de los musicos
Se realizó el domingo por la noche el Homenaje Musical a los chamameceros desaparecidos en el accidente ocurido en nuestra costanera el 8 de septiembre de 1989.
Un clima de profunda emoción envolvio a los presentes que concurrieron a recordar a los chamameceros que perdieran la vida en aquel desgraciado dia que enluto para siempre la musica chamamecera. La presidenta de la Comisión de Homenajes, Susana Serial, comentó "Estoy muy conmovida por la gran cantidad de personas que se acercó a compartir un año más de la triste muerte de los músicos que son un hito en la música chamamecera. Este año decidimos recordarlos un día antes, porque el aniversario cae justo en día laboral y quisimos congregarnos este domingo para compartir todos juntos, aprovechando el día de descanso para recordarlos y regalarles una oración y un sentido homenaje”, expresó. Como cada año, se realizó la tradicional ofrenda de flores al río que constituye uno de los momentos más emotivos de la jornada. Al cabo de una invocación religiosa realizada en el galpón de la ex junta de granos, se presentaron conjuntos chamameceros brindando sus acordes en un escenario a la vera del río especialmente preparado para la ocasión. Como cada año, se realizó la tradicional ofrenda de flores al río que constituye uno de los momentos más emotivos de la jornada. CRONOLOGIA DE LA TRAGEDIA El 8 de septiembre de 1989, un colectivo con jóvenes chamameceros cayó al río Paraná. Zitto Segovia, Johnny Berh, los hermanos Michel y Gringo Sheridan, Carlos Paniagua y Yacaré Aguirre se ahogaron con los dos choferes. Chamamé recrea el fatal accidente paso a paso. Se cumplen 19 años de la tragedia de Bella Vista y se la recordará con honores para las ocho personas que murieron ahogadas en el río Paraná. El accidente ocurrió un 8 de septiembre de 1989 y conmocionó al país. Entre las víctimas había cinco de los chamameceros más prometedores de fines de los 80 y Zitto Segovia, el más recordado músico chaqueño y hoy transformado en mártir por toda la cultura litoraleña. También murieron los dos choferes del colectivo que se desbarrancó. Como cada año, a las 19.30, a la misma hora en que aquel colectivo rompió las barandas de la costanera bellavistense y “voló” 30 metros hasta el canal del río, comenzará la Santa Misa por los ahogados en Bella Vista. Después se presentarán innumerables conjuntos chamameceros y se realizará la tradicional ofrenda de flores al río. La convocatoria es al final de la picada que impulsó sin frenos y los músicos y choferes hacia su muerte. Chamamé recuerda aquel triste episodio, quizá el más triste de la cultura chamamecera, con una reseña detallada de cómo ocurrió el accidente hace ya casi dos décadas. La delegación Todo comenzó –según los testimonios– con un sueño de los músicos: viajar a Niza (Francia) a participar de un festival folclórico internacional. De allí pretendían viajar a España para reunirse con uno de los guitarristas de Alfredo Zitarrosa y radicarse en Europa. “La delegación” estaba conformada por Zitto Segovia, Johnny Bher, Carlos Chango Paniagua, Daniel Yacaré Aguirre, los hermanos Miguel Ángel Michel y Joaquín Sheridan, Carlos Miño, César González, Ricardo Scófano, Ricardo Tito Gómez y Cacho Espíndola. Zitto Segovia era cantautor de La nueva trova del Chaco. Entendidos le adjudicaban en ese tiempo un estilo “renovador” y un futuro prometedor. Johnny Bher, percusionista de Zitto, también formaba parte de aquel sueño de llegar a Francia. “Aportaba la rítmica precisa para el inédito repertorio de Segovia en sus ‘chamamés-candombes’ y ‘charandas’ que exhumara con gran aceptación popular”, dicen las crónicas. Ambos murieron. Los hermanos Gringo y Michel Sheridan se habían unido a otro de sus hermanos, el Bocha (Santiago) y a Tito Gómez. Los cuatro integrados formaron un conjunto denominado Reencuentro. En el momento de la tragedia, el cuarteto chamamecero estaba gozando del aplauso que merecieron algunos de sus primeros trabajaos discográficos. Su repertorio fue calificado como “muy personal” y ensamblaban acordes y arreglos instrumentales y creativos del Gringo y de Tito con las voces de Michel y Bocha. El Gringo y Michel murieron. Chango Paniagua estaba en el “Trío Corrientes” con Ricardo Scófano y Oscar Espíndola. Estos dos últimos salvaron milagrosamente sus vidas de las torrentosas aguas, pero no así Paniagua. El mítico Yacaré Aguirre, recitador y presentador de conjuntos chamameceros que había iniciado sus actividades dentro de la música junto a Tránsito Cocomarola, fue el sexto chamamecero muerto 19 septiembres atrás. Del trágico accidente logran salvar sus vidas Miño, González, Scófano, Tito Gómez y Espínola. Zitto, Johnny Bher, Paniagua, Yacaré Aguirre y los hermanos Sheridan tuvieron otro destino, la inmortalidad. Señales de muerte Los relatos sobre la tragedia aseguran que la delegación tuvo un fuerte revés por parte de un funcionario del gobierno correntino y no pudieron participar de un festival donde pretendían difundir su música. En ese momento decidieron realizar una gira por distintas localidades del Nordeste. Primera señal. Una presentación de esta gira se realizó en el teatro Juan de Vera en la capital correntina. Para ese viernes 8 de septiembre de 1989 estaba programada la segunda presentación en Bella Vista. Nunca llegó a realizarse. Ya en Bella Vista los chamameceros realizaban una prueba de sonido en el club donde sería el recital. No tenían pensado salir de ahí. Pero Yacaré Aguirre coordinó una entrevista con un programa radial del conocido radio-cable de la ciudad. Segunda señal. Parte de los músicos y el presentador fueron a la entrevista periodística con la idea de volver a las 18 para el ensayo general. Después de un programa ameno en el radio-cable, que de tan ameno se extendió más de lo esperado, a las 19.30 de aquel viernes, Zitto, Johnny Bher, los Sheridan, Paniagua, Yacaré Aguirre, Miño, González, Scófano, Tito Gómez y Espíndola volvieron a subir al colectivo junto a los dos choferes. Estaban llegando tarde al ensayo. Cuando llegan a la primera esquina e intentan doblar, una camioneta mal estacionada (tercera señal) obliga al chofer del colectivo a girar bruscamente quedando la trompa del transporte apuntando hacia el río. Consciente de la pendiente, el chofer “tranca” una rueda contra un cordón e intenta dar marcha atrás al viejo Aklo (marca del colectivo) de procedencia inglesa. Pese a acelerar a fondo el motor no consiguió mover el trasto. Cuarta señal. Ante los intentos fallidos y la premura de los músicos, Ricardo Scófano, que había nacido en Bella Vista y conocía la zona, le dijo al conductor: “Esta porquería no va a subir marcha atrás, más vale que des la vuelta por abajo y salimos por otra calle”. Como la tarde había oscurecido y la visión sólo llegaba hasta donde llegaba la luz de los faros, el chofer, que a diferencia de Scófano no conocía la ciudad, no pudo notar que al final de esa bajada estaba el Paraná y accedió al pedido. Quinta señal. El recorrido final Ni bien el neumático zafó del cordón que frenaba al colectivo, este empezó a andar la bajada. A medida que las ruedas completaban un giro la aceleración aumentaba. Después de unos cuantos metros, la velocidad ya era de más de 100 kilómetros por hora –según determinaron pericias posteriores–. En la primera curva el colectivo ya estaba totalmente fuera de control, hamacándose sobre sus costados, quedando sostenido primero por las dos ruedas derechas y después por las izquierdas, según recordaron los sobrevivientes. “Los frenos no funcionan”, gritó el chofer, sin saber cómo detener la marcha mortal y con un coro de desgarradores gritos detrás. Fueron 300 los metros que recorrió el colectivo. Uno de los últimos gritos que se escuchó fue el de Scófano: “¡Guarda que nos vamos al agua!”. Las dos ruedas golpearon el cordón de la costanera y el tren delantero del Aklo se despegó del suelo y volteó una palmera. Las ruedas traseras derribaron la baranda de la costanera haciendo un estampido. Después, fue todo silencio. Dentro del colectivo suspendido en el aire, los relatos de los sobrevivientes aseguran que Zitto Segovia, sentado en el apoya brazos de unos de los asientos del pasillo, aturdió: “Jesús, yo no sé nada”. Carlos Miño abrió en el aire una de las ventanillas previendo una vía de escape. La altura que verticalmente separó el punto en que el micro abandonó la bajada de la superficie del agua era de aproximadamente 15 metros. El colectivo se inclinó hacia delante por el peso del motor. Cuando impactó, a unos 30 metros de la costa por el impulso que traía de la bajada, estalló el parabrisas. El agua irrumpió violentamente en el interior, impidiendo a los choferes despegarse de sus asientos. Hacía mucho frío. Todos iban abrigados con camperas y todas las ventanillas cerradas. Condimentos que fueron mortales. Llanto sobreviviente Carlos Miño habría logrado salir por la ventanilla y detrás de él fue Tito Gómez. Éste tardó más en salir porque no veía nada ya que había perdido sus anteojos. Recién cuando el colectivo tocó el fondo del río logró despegarse del chasis y emergió a la superficie, exhausto de bracear. En plena oscuridad no alcanzaba a visualizar ningún punto de referencia más allá de escuchar los gritos de sus compañeros de infortunio pidiendo auxilio. El río estaba encrespado esa noche, la corriente del canal lo arrastraba rápidamente río abajo y comenzó también su pedido de “socorro”, “auxilio”. Un pescador escuchó esos gritos y corrió por la costanera hasta el lugar en que el Paraná lo llevaba inexorablemente hacia la muerte. “¡Vení nadando para acá!”, le gritó. “No sé nadar”, fue la respuesta de Gómez. El pescador le arrojó un salvavidas y con esa ayuda alcanzó la costa. “Dios no quiso que se ahogue”, aseguran los que conocen la historia. Ya en la costa, solo, perdido y en estado de shock… lloraba. De pronto escuchó una voz que le gritaba: “¡Tito, Tito!”. En sus ojos nublados se fue aclarando la figura de Ricardo Scófano. Se abrazaron y lloraron a los pies del Paraná. Un Paraná que parecía impune.

Lunes, 8 de septiembre de 2008

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